Greta Garbo



(Estocolmo, 18 septiembre 1905 – Nueva York, 15 abril 1990)


Nadie vio su rostro dí­as anteriores a su fallecimiento, sólo, tal vez alguna foto perdida, paseando por Nueva York, pero nunca con su consentimiento, y jamás concedió entrevista alguna. Recibió miles de ofertas para volver, nunca lo hizo, aunque estuvo muy cerca de aceptar el ofrecimiento de Luchino Visconti para su proyecto inacabado de “En busca del tiempo perdido”

Mencionar el solo nombre de Greta Garbo es entrar en el mundo fascinante de lo desconocido, en el umbral de una diosa a la que muy justamente pusieron el sobrenombre de “la divina “. No sabrí­amos explicar el motivo, pero el tiempo nos ha traí­do algunas de esas interrogantes, enseñándonos el camino extraño y en ocasiones real de una mujer nacida en un paí­s tan frí­o como ella, y a la vez tan cálido como su rostro, en un paí­s del norte de Europa, el mismo en que aquella niña vino al mundo para gloria del cine y para aumentar la consistencia del mito por excelencia: Suecia.

Su perfil, uno de los más perfectos el celuloide da paso con categorí­a y brillantez, a estos comentarios sobre una mujer extraña, huraña, introvertida, y amada al máximo por la pantalla…

Observemos la imagen:




Su rostro único; su elegancia, misteriosa


Ella lució aparte su arte y clase indiscutible uno de los maquillajes más extraordinarios que jamás se han diseñado para ninguna otra actriz, un prodigio de estudio de un rostro, de una mirada Un ejercicio de estilo único y maravilloso Creando impacto sus marcadas cuencas de los párpados con sus perfectas cejas en ese modelaje de inspiración helení­stica que fue… es… y será imitado eternamente.

Una leyenda clara del séptimo arte y una de las primeras estrellas de Hollywood. Greta Lovisa Gustafsson nació el 18 de septiembre de 1905 en Estocolmo. Era la hija menor de Karl Alfred Gustafsson, un humilde trabajador de limpieza proveniente del mundo de la agricultura y Anna Lovisa Karlson, una campesina recién llegada a Estocolmo que trabajaba como empleada de hogar.

Cuentan algunos biógrafos de Greta que, cuando paseaba por las calles de Parí­s, siempre se detení­a por el Barrio Latino y en los jardines de Luxemburgo daba de comer a las palomas y le gustaba ver jugar a los niños tras el volteo de cualquier pelota.

Quizás por su mente, en muchos momentos de su vida, tanto en Parí­s como en Nueva York, cerca del final, recordara sus años de máximo esplendor en una meca del cine carente de la libertad que tanto anhelaba, y a la que quisieron aferrarla los estudios. ¿Quién puede saber ahora lo que ésta enigmática mujer pensó entonces?

Se podrí­an nombrar todos sus filmes, desde el primero al último, destacando escenas memorables, pero a mí­ personalmente creo que hay una secuencia donde Greta Garbo se supera a sí­ misma, nos deja boquiabiertos y se nos graba con fuego en la mente. Me refiero a Cristina Reina de Suecia, cuando tumbada en el suelo, la cámara se acerca a su bello perfil y la actriz saborea lenta, muy lentamente aquellos brillantes granos de uva, dejándolos rozar sus labios sedientos. Es materialmente imposible superar el erotismo que mana aquel plano antológico, porque superar el arte por el arte es completamente imposible… y ella dejo constancia de él a todo lo largo de su carrera.



La Reina Cristina de Suecia (1933, Rouben Mamoulian)


Se ha escrito mucho sobre Greta: unos defendiendo su férrea independencia, otros tirando por tierra su vida í­ntima, los más haciendo hincapié en su ambigüedad sexual, otros dejando constancia de su mal carácter y así­ hasta una lista interminable de escritores de todas las nacionalidades, sin que hasta la fecha hayan puesto todaví­a punto final a lugares recónditos de tan mí­tico personaje del cine.

Hollywood ha dejado escapar un nuevo secreto publicando “The Girls”, centrado en el lesbianismo en la industria cinematográfica y en la relación que mantuvieron Marlene Dietrich y Greta Garbo.

“Ambas demostraron ante las cámaras la madera de la que están hechas las estrellas, rompiendo los corazones de sus admiradores, tanto hombres como mujeres e incluidas ellas mismas”, cuenta la escritora Diana McLellan, autora del libro.

Dietrich contó con Gary Cooper, Maurice Chevalier y Jean Gabin entre sus amantes, además de su creador, el realizador Josef Von Sternberg, con quien mantuvo una relación artí­stica y sentimental. Garbo, tras su hielo, dejó el corazón roto al director Mauritz Stiller, quien le dio un nombre que, si en castellano implica estilo, en sueco es sinónimo de ninfa. Sin embargo ambas -según McLellan- formaron parte del mayor cí­rculo de lesbianismo de Hollywood. Para Garbo, eran sus “secretos más excitantes”, mientras que Dietrich se referí­a a su grupo de amigas como “cí­rculo de costura”, con el que tejí­a un entramado sexual donde valí­an tanto la homosexualidad como la bisexualidad.

Quiero hacer referencia a este libro porque sus descubrimientos no son reveladores, ya que las tendencias sexuales de Dietrich -quien consideraba a sus amantes masculinos como “su asociación de alumnos”, fiel a su papel en El ángel azul- eran conocidas. La reservada Greta Garbo siempre ha sido motivo de especulación por sus gustos sexuales, dada su seguridad casi masculina o su voz profunda y viril. De hecho, durante el rodaje de Gran Hotel, cuando Garbo conoció a Joan Crawford y sujetó su cara para alabar su belleza, Crawford admitió públicamente que en ese momento estaba preparada para convertirse en lesbiana.

Garbo y Dietrich se habrí­an conocido en Berlí­n, durante el rodaje de la pelí­cula muda La calle sin alegrí­a (1925). Con 19 y 23 años respectivamente, se vincularon en una relación de la que la enigmática belleza sueca salió tan dolida que “claramente dejó la huella de su obsesión por la intimidad”. Los detalles de esta relación, así­ como los de su ruptura, han quedado en el silencio, nadie supo y sabrá jamás que ocurrió entre ambas mujeres, pero la autora del libro ofrece una posible razón que hizo callar a Dietrich, conocida por sus escandalosas declaraciones en materia sexual. En opinión de McLellan la razón se llamaba Otto Katz, uno de los primeros maridos de Dietrich, comunista y contrario al régimen de Hitler. El conocimiento público de alguien que la escritora describe como el heroico Victor Laszlo de Casablanca hubiera puesto en peligro la carrera de la actriz, detalle que, según la escritrora, Garbo conocí­a y con el que pudo chantajear a Dietrich. Si bien, y lo que destaca más en el libro es el ambiente de libertad sexual de la época dorada del cine y la amplia presencia de intérpretes homosexuales y lesbianas, sin por ello disminuir su magia y arte desde la pantalla.

En 1951 se nacionalizó americana. Fue nominada en tres ocasiones al Oscar como mejor actriz por Anna Christie, Romance y Ninotchka y aunque en ninguna de las tres ocasiones lo consiguió, en 1954 la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas le concedió un Oscar especial “en reconocimiento a sus interpretaciones”.



Anna Christie (1930, Clarence Brown)



Ninotchka (1939, Ernst Lubitsch)


El Oscar obtuvo en dos ocasiones más (1930 y 1941) el premio de la crí­tica de Nueva York por Ana Karenina y La mujer de las dos caras.

A destacar un comentario de Paul Newman: “Jamás he sentido envidia por nada ni por nadie. Solamente por los actores que tuvieron la dicha de trabajar con ella. Cómo lamento no haber pertenecido a su época. Incluso hubiera sido su director en más de una ocasión… si ella hubiese aceptado, claro”.

También sobre ella Billy Wilder: “Su rostro cambiaba en las pelí­culas. Del rostro reservado, incluso aburrido de una actriz, surgí­a el rostro de una estrella en el que el espectador creí­a poder leer todos los secretos del alma femenina. En las grandes estrellas, el celuloide, la capa emulsionante sobre la pelí­cula, realiza este milagro. En el momento en que parece “aplanarlas”, reduciendo su imagen en tres dimensiones a una imagen en dos dimensiones, les da una profundidad, un misterio, un aspecto enigmático, que parece que va a revelarse de pronto. La Garbo fue uno de esos casos: el nacimiento de una estrella del celuloide. Más tarde, como director, percibí­ este mismo milagro en Marilyn Monroe. Cuando después de una dí­a de rodaje mirábamos las pruebas, cada vez volví­amos a quedarnos perplejos por la transformación que habí­a experimentado a través de la cámara”.

La última pelí­cula en la carrera de Greta Garbo fue La mujer de las dos caras (1941) de George Cukor. Tras este filme, la actriz sueca tomó la decisión de retirarse definitivamente del cine y de la vida pública, viviendo misteriosamente recluida entre Parí­s y Nueva York, ciudad ésta última en la que murió a los 84 años el 15 de abril de 1990.

Aquel dí­a, a los aficionados al cine, algo especial se nos fue volando, algo se nos escapó de las manos, pero también no cabe la menor duda que, ha dejado un legado tan irrepetible como ninguna otra actriz de su época.

También conocida como "el Rostro”, “la Divina” o “la Esfinge Sueca”, Greta Garbo sigue haciendo honor a las mayúsculas. La vida de la que fue “la mujer más bella del mundo” es todaví­a un enigma. Su alergia a la prensa, su ambigüedad sexual y la contenida perfección de sus interpretaciones han alimentado el mito de la más moderna de las divas clásicas.


Eternamente divina







Ella fue la más grande, la heredera de las Theda Bara, Louise Brooks o Clara Bow del cine mudo, la vamp que hipnotizaba al público con una mirada fugaz.

Sobrevivió a la llegada al sonoro como si las palabras no fueran con ella, aunque la publicidad de Anna Christie (Clarence Brown, 1930) machacara, descarada, el eslogan de “La Garbo habla”.

La única que fue capaz de hacerle sombra fue Marlene Dietrich, con la que se rumoreó mantuvo una tormentosa relación lésbica, pero la Garbo fue lo suficientemente lista para retirarse a tiempo y dejar un repentino vací­o en la historia del cine que la fuerza del mito y la especulación se obstinó en llenar hasta el dí­a de su muerte.

Todas las aspirantes a divas del periodo clásico crecieron a su imagen y semejanza. No firmaba autógrafos, no concedí­a entrevistas, no respondí­a las cartas de los fans, no asistí­a a los estrenos. Y así­ era ella, la mujer que nunca sonrió hasta que su sonrisa se convirtió en una estrategia de marketing para vender Ninotchka (1939, Ernst Lubitsch).

Una mujer distante, inalcanzable, estricta y secreta incluso para los directores que soportaban su gelidez marmórea, su estólida belleza y su silenciosa arrogancia. Se presentaba al plató tan puntual como cuando decidí­a desaparecer, pasara lo que pasara, a las seis de la tarde. No temí­a a nadie porque estaba convencida de ser la reina. Y lo suyo le costó: dicen que tendí­a a peinarse hacia atrás para despejar su magnética mirada, sonreí­a poco para no mostrar sus incisivos y caminaba despacio para disimular la longitud de sus piernas.


La diva que surgió del frí­o


Si la Kidman llegó de las antí­podas, de Australia, la Garbo surgió del frí­o nórdico en un momento en el que Hollywood se nutrí­a de hermosas extranjeras. Sus orí­genes no podí­an ser más modestos: nacida como Greta Lovisa Gustafsson, su padre era barrendero municipal y su madre, campesina que ejercí­a de empleada doméstica. Fue dependienta de unos grandes almacenes, trabajó en una peluquerí­a e hizo de modelo para una marca de trajes de baño. Entonces fue cuando se dio cuenta de su vocación y se enroló en las filas de la Escuela de Arte Dramático de Estocolmo, donde conoció a Mauritz Stiller, que fue su mentor y con el que inició una ambigua relación. Amante devoto e infalible Pigmalión, él fue quien la recomendó al productor Louis B. Mayer, que la contrató y la convirtió en estrella. Allí­ no tardarí­a en conocer al que serí­a su director favorito, Clarence Brown, que la dirigirí­a en la célebre El Demonio y la Carne (1926), coprotagonizada con John Gilbert, con el que mantuvo una relación sentimental oscurecida por su bisexualidad y al que plantó en el altar en 1927.


Garbo habla, Garbo rí­e


Su relación con la cámara no era fácil. Sólo permití­a que el cámara, el maquillador y, no siempre, el director, permanecieran en el plató durante la preparación del plano. El fotógrafo Cecil Beaton confesó que verla era estar presenciando las más remotas profundidades del rostro humano. Tal vez por eso el melodrama siempre fue el género donde se movió con más soltura, aunque probó la comedia en dos ocasiones: Ninotchka (según Lubitsch, fue la actriz más inhibida con la que trabajó nunca) y La mujer de la dos caras (1941, George Cukor), cuyo fracaso fue uno de los motivos por los que la Garbo se encerró a cal y canto en su apartamento del nº 450 de la calle 52 de Nueva York. Tal vez habí­a pasado su momento -actrices como Ingrid Bergman estaban a punto de ocupar su puesto- y decidió retirarse con la cabeza bien alta, haciendo gala de esa testaruda altivez que le habí­a mantenido alejada del lado más comercial y/o social de la industria del cine.

Su negativa a comprometerse con ninguna relación sentimental, fuera homo o hetero, y el agotamiento, casi rayando en la depresión, que la acosaba entre pelí­cula y pelí­cula, le murmuraban al oí­do que habí­a llegado su turno para desaparecer definitivamente. El mundo estaba cambiando y la II Guerra Mundial habí­a puesto en guardia a Hollywood, pero ella se negaba a hacer proselitismo: la neutralidad del silencio era su mejor arma.

En contraste con otras stars del cine mudo, la llegada del sonoro magnificó la fama de Greta Garbo. Anna Christie (1930, Clarence Brown) permitió oí­r su voz por primera vez. Especialista en dramas, “la Divina” cambió gracias al gran Ernst Lubitsch, que la hizo carcajearse en Ninotchka (1939).


La esfinge sin herederas





Ahora las divas no son como la Garbo. La que tal vez sea su natural sucesora, Nicole Kidman, comparte con ella una perfección propia de una muñeca de porcelana, una belleza pálida y canónica, pero es más real y tangible. Los tiempos han cambiado, y los medios han diluido la frontera que separa al público de sus iconos.

Si la Garbo supo preservar todo lo referente a su vida privada durante su breve, pero intensa carrera, desapareciendo del mapa a la temprana edad de 36 años y escondiendo una larga relación epistolar con la poetisa Mercedes de Acosta que nunca reveló su calidad de amantes, la Kidman vive expuesta al sol que más calienta, abierta como un libro en blanco que todos sus fans están dispuestos a emborronar.

La Garbo entendió que la ocultación es la mejor amiga del mito mientras las actrices que estaban bajo contrato de los estudios tení­an que pasar por el calvario de la promoción. Ahora ni siquiera una diva como la Kidman se libra del agobio de las premií¨res y los paparazzi. Sin embargo, cuando vemos a Satine bajando del trapecio de Moulin Rouge (2001, Baz Luhrmann) es inevitable pensar en la actriz sueca, no sólo porque el filme de Luhrmann sea una versión libre y salvaje de La Dama de las Camelias (historia que la Garbo también interpretó (1936, George Cukor), con el tí­tulo, en España, de Margarita Gautier, y que se cuenta entre sus favoritas), sino porque su rotunda belleza tampoco parece de este mundo.



La Dama de las Camelias (Margarita Gautier) (1936, George Cukor)



Independiente y atormentada


Si habí­a que plantar a un galán de primera categorí­a ante el juez de paz, se hací­a y basta. Alérgica a las multitudes, la Garbo no se empequeñecí­a ante las grandes decisiones. Estaba especializada en interpretar a mujeres fuertes y atormentadas. No cuesta imaginarse a la que fue Mata-Hari, Reina Cristina de Suecia, Ana Karenina o Margarita Gautier dejando estupefactos a los invitados de una boda de postí­n. Y es que era capaz de transmitir las más tortuosas emociones desde una contención abrumadora. Venció la llegada del sonoro como hicieron muy pocas de las divas del cine mudo. Los de la Metro no las tení­an todas consigo: de repente, estrellas radiantes como Lillian Gish o Mary Pickford pasaban de moda, y algunas de las divas emergentes, como la Garbo, hablaban un inglés con un marcado acento extranjero.









En Mata Hari (1931, George Fitzmaurice)


Pero… cómo habló en Anna Christie: con ese tono grave, profundo y riguroso que sedujo al público que se enfrentaba al cine como una experiencia que oí­r, no solo que ver. De ahí­ a la mí­tica Mata-Hari (1931, George Fitzmaurice) o La Reina Cristina de Suecia (1933, Rouben Mamoulian) habí­a un paso. A la primera, espí­a de origen holandés que robó secretos de las tropas aliadas durante la I Guerra Mundial, le confirió una androginia de altos vuelos. A la segunda, le aportó una elegante dignidad monárquica.


Y así­ desapareció


Siguió existiendo, pero camuflada. Invirtió muy bien su dinero, vestí­a con ropas modestas y rechazó recoger personalmente el Oscar Honorí­fico que le concedió la Academia, tras haber sido nominada en cuatro ocasiones (Romance, Anna Christie, Margarita Gautier y Ninotchka) y no ganarlo en ninguna. Muchos piensan que su encierro fue literal, pero no es cierto, porque fue una viajera insaciable: sus destinos favoritos eran Suiza, Italia y la Riviera francesa. Eso sí­, no volvió a Estocolmo hasta después de 1975, temerosa de que los periodistas, a los que detestaba, la persiguieran.

En 1984 le extirparon un tumor mamario, años después sufrió varios fallos cardí­acos y, rota por una salud que iba debilitándose a marchas forzadas, murió el 15 de abril de 1990 en el New York Medical Center. Dejó escrito que sus cenizas debí­an descansar junto a las de sus padres, en un cementerio situado al sur de la capital sueca. La vida serí­a tan maravillosa si supiéramos qué hacer con ella… sentenció en una ocasión, probablemente con uno de esos cigarrillos en la boca que fumaba en cadena, uno tras otro. Ahora sigue mirándonos, desde el Cielo o desde el Infierno, con esos ojos que derriten prejuicios y desafí­an a la eternidad.


Los galanes de “la Divina”


Si hay un actor que marcó de algún modo la vida (amorosa y laboral) de Greta Garbo fue
John Gilbert.


Con él protagonizó cuatro pelí­culas -El Demonio y la Carne (1926), Ana Karenina (1927), A mans Mans (1929) y La reina Cristina de Suecia (1933)-, mantuvo una apasionada relación sentimental y le plantó ante el mismí­simo altar. En cualquier caso, el peso en pantalla de la Garbo le hací­a comerse a cualquier galán que se le pusiera por delante, ya fueran guapos casi noveles como Clark Gable o Robert Taylor, ya intérpretes solventes como Melvyn Douglas o Fredric March.










Greta Lovisa Gustafsson nació el 18 de septiembre de 1905 en Estocolmo. Greta era la hija menor de Karl Alfred Gustafsson, un humilde trabajador de limpieza y Anna Lovisa Karlson que trabajaba como empleada de hogar.

Viví­an en un barrio muy precario llamado Sodermalm. En su adolescencia su padre murió y ante las necesidades económicas, abandonando los estudios y se puso a trabajar en una barberí­a. Poco después mejorarí­a de empleo y se colocó en unos grandes almacenes, donde fue utilizada como modelo comercial. Ese fue el inicio de la carrera como actriz de Greta Garbo.




Ante la ilusión de aparecer en esos cortos publicitarios, Greta se preparó y se matriculó en la Real Academia Dramática de Estocolmo para aprender interpretación. Allí­ conoció a Frans Enwall, un profesor de la academia que la recomendó al director Eric Petscher, que la hizo debutar en la película Konsum Stockholm Promo (Pedro el tramposo) en 1921. Tras estos comienzos en breves papeles, Greta alcanzó el estrellato gracias a uno de los personajes más importantes que iban a aparecer en su vida, el director Mauritz Stiller, quien le cambió el apellido y le aconsejó refinar su estética. Gösta Berlings saga (La expiación de Gösta Berling) en 1924 de Stiller y Die Freudlose Gasse (La calle sin alegrí­a) en 1925 de Georg Wilhelm Past hicieron de Greta Garbo un rostro conocido en todo el mundo.




Cuando la Metro Goldwyn Mayer tentó a Mauritz Stiller, éste puso como condición a la hora de aceptar que también firmaran a su descubrimiento. Así­ lo hicieron y el debut americano de la actriz sueca se produjo con la pelí­cula El Torrente en 1925 de Monta Bell. A este filme le siguieron otros como La tentadora en 1926 de Fred Niblo, El demonio y la carne en 1927 de Clarence Brown, Ana Karenina en 1927 de Edmund Goulding, La mujer divina en 1928 (de esa pelí­cula le viene el apodo), dirigida por otro de los grandes nombres del cine sueco, Victor Sjostrom; A Woman of Affairs en 1928 de Clarence Brown, La dama misteriosa en 1928 de Fred Niblo o El beso en 1929 de Jacques Feyder. Clarence Brown se convirtió en su director más socorrido y William Daniels su director de fotografí­a favorito, siendo casi todas las pelí­culas de Garbo fotografiadas por Daniels.

Greta logró triunfar en Hollywood pero su mentor y protector, Mauritz Stiller, fracasó y tras dirigir varias pelí­culas de menor entidad regresó a su paí­s para morir en 1928 a los 45 años de edad. En El demonio y la carne, Greta Garbo conoció a John Gilbert, quien serí­a su pareja durante largo tiempo en una frí­a relación, debida a las tendencias bisexuales (con mayor predilección por las féminas) de la diva sueca.




¡¡Garbo habla!” esta fue la frase que no perjudicó en absoluto el “glamur” y “status” estelar de Greta en el paso del cine mudo al sonoro y su debut en las pelí­culas habladas con Anna Christie en 1930 fue el más claro ejemplo de éxito para ella. Otra vez bajo la dirección de Brown, supuso la consagración como actriz y fue nominada al Oscar, lo mismo que por su actuación en su siguiente pelí­cula, Romance en 1930, también de Clarence Brown.

El cine sonoro sí­ que habí­a sido una criba para su amante, John Gilbert, quien debido a su voz chillona poco acorde con su imagen de galán no pudo triunfar y se retiró del cine en 1934. Murió dos años después. La vida amorosa de Garbo se volcó en el aspecto femenino con compañeras como Bárbara Kent, Marie Dressler, Paulette Duval y sobre todo, Mercedes de Acosta.

Tras Inspiración en 1931, Susan Lenox en 1931, donde coincidió con un joven Clark Gable, Greta rodó sus pelí­culas más recordadas y las mejores de su carrera: Mata Hari en 1932 de George Fitzmaurice, Gran Hotel en 1932 de Edmund Goulding, La Reina Cristina de Suecia en 1933 de Rouben Mamoulian, Ana Karenina en 1935 de Clarence Brown, Margarita Gautier (La Dama de las Camelias) en 1937 de George Cukor (junto con La Reina Cristina de Suecia, tal vez sus dos mejores cintas), Marí­a Walewska en 1937 dirigida por el habitual Clarence Brown y Ninotchka en 1939 con el “toque Lubitsch,” que fue presentada como “¡Garbo rí­e!”.

En 1937 fue nominada de nuevo al Oscar por su actuación en Margarita Gautier y en 1939 por Ninotchcka, otorgándole finalmente la academia un Oscar de honor en 1954.

La última pelí­cula en la carrera de Greta Garbo fue La mujer de las dos caras en 1941 de George Cukor. Tras este trabajo, la actriz sueca tomó la decisión de retirarse definitivamente del cine y de la vida pública ya que no deseaba envejecer frente a las cámaras, viviendo semirrecluí­da en su casa de Nueva York.




Nacionalizada americana en 1951, “Garbo” se ha mantenido como el arquetipo absoluto del sorprendente fenómeno sociológico que fue la “star”: “una persona cuyo rostro expresa, simboliza, encarna un instinto colectivo”.

Su belleza ha sido legendaria y su “mitologí­a” surgida de sus pelí­culas, alimentada tanto por la publicidad de los Estudios, los sueños de los admiradores y los relatos de los periodistas, como por el tenaz esfuerzo que puso en mantener secreta su vida privada, también hizo de ella una leyenda, un sí­mbolo viviente: “Esfinge del norte”, “Divina”, “Mujer fantasma”, “Señorita Hamlet”.

Su voluntario distanciamiento de las pantallas, a los 36 años, en plena cima, ha mantuvo el mágico aura de su personaje. Magia tan incontestable que transfigura guiones y a veces puestas en escena, que sin ella habrí­an estado al borde de la ineptitud.

Prematuramente retirada del cine y de la vida pública, vivió semirrecluida en su casa de Nueva York, ciudad en la que murió. Fue finalista al Oscar en cuatro ocasiones, otorgándole finalmente la academia un Oscar de honor en 1954.


La Garbo, más que una estrella absoluta

Y sigue enamorando





Robert Payne en su libro “La Gran Garbo”, mencionaba que las nuevas generaciones que surgen son atraí­das, encantadas y embrujadas por ella. “La gran Garbo fue y sigue siendo la estrella absoluta, verdadera y única ‘diosa’ en la historia de la cinematografí­a”. Sobre todo encanta a los amantes del buen cine y de toda su historia.

Es que entre las mujeres de su época, solo ella ha perdurado como una auténtica leyenda, sin desmerecer a otras que a mi gusto solo han llegado a ser divas. Greta Garbo no pronunciaba discursos, no conducí­a movimientos ni nada por el estilo. No fue una gran actriz. Su vida fue desprovista de grandes acontecimientos. Pero su leyenda creció y se alimentó de su gran belleza. Durante muchas generaciones se seguirá hablando de la perfección de su rostro.

Payne, demostrando su admiración hacia la Garbo decí­a que su rostro podí­a hacer envidiar a los mismos dioses: “era un rostro del más exquisito refinamiento, cincelado en el más frí­o de los aceros, purificado por los fuegos más ardientes, suave como los guijarros de los arroyos, y tan hermoso que daba miedo en la intensidad de su belleza”.

Es que lo suyo era la divina hermosura de la que siempre habló Platón y sueñan los poetas. Y es lógico. Esa belleza cautivó y ha cautivado a millones de espectadores en el mundo entero.


Una diosa, más que una actriz


Eso pude comprobar en sus pelí­culas, sobre todo en las primeras. Pero no es tanto sus interpretaciones sino los personajes a los que tocó darle vida. Realmente esta actriz fue enfrascada en papeles de poca monta, sin mucha profundidad. En esas realizaciones era una mujer aventurera, seductora y, en muchas (o casi todas)fatal. Se simplificaba el estilo burgués de la época, donde una mujer era el centro de atención por su belleza, que con una sonrisa podí­a convertir a los hombres en sus esclavos o destrozarlos con una sola mirada.

Es que sus facciones estaban dominadas por unos grandes ojos, intensos y animados por una luz interior de gran intensidad que parecí­an hablar aun cuando ella no pronunciase palabra alguna, limitándose a observar y responder con la luz siempre cambiante de su mirada.

Las expresiones de su rostro, siempre variables, se complementaban con ese don de ser inolvidable, que se debí­a a su urgente vitalidad: un entusiasmo salvaje, infantil, que parecí­a fluir de su propia piel.

Pero esta misma belleza se interponí­a constantemente en el camino de su talento de actriz, puesto que el espectador rara vez tení­a en cuenta las diferentes emociones que debí­a expresar en los numerosos filmes que protagonizó. Es por ello que Greta Garbo no era una actriz sino una diosa.


Propiedad de Hollywood




Su cuerpo era largo y flexible; de pechos pequeños y de caderas llenas; sus manos eran delgadas y bellamente formadas. Sin embargo eso no le importaba mucho a su público. Lo que le hací­a era su rostro. Ni su talento y ganas para actuar bien importaban. Después de su fugaz paso como intérprete en su natal Suecia junto a Mauritz Stiller pasó a ser un producto de Hollywood que cautivaba y convocaba a muchos espectadores a las salas de cine. Solo existí­a su rostro y presencia. Qué lástima.

En el fondo la figura de ella con sus expresiones proyectadas, hací­a que viéramos, a los más observadores, que a su alrededor abundaban las ambigüedades. Se mostraba al mismo tiempo remota o inusitadamente cercana. La veí­amos representando el rol de ‘Femme Fatale’, seductora y tentadora, y sin embargo sabí­amos que no era ninguna de las dos cosas.

Esto nos invita a preguntarnos ¿qué hubiera ocurrido si le hubieran confiado papeles dignos de ella? Casi en el ocaso de su carrera se pudo saber, pero era un poco tarde. Lamentablemente la encasillaron.

Sin embargo, ya entrados los años 30, más bien a finales, logró obtener ciertos papeles por los que fue reconocida, entre ellos ‘Mata Hari’, ‘Reina Cristina’, ‘La Dama de las Camelias’, ‘Margarita Gautier’ y ‘Ninotchka’.

Ganó un Oscar en 1939 por ‘Margarita Gautier’ y otro más, en su honor, en 1954. Lastimosamente, antes de ello, en 1941 dejó definitivamente el cine para ser una mujer anónima.
A Greta también le siguieron los escándalos, uno de ellos: que le gustaban las mujeres. Muchos romances con lindas féminas se le atribuyeron, aunque ninguna de ellas se le asemejó en belleza. Jamás osaron ser tan hermosa como ella, pero la tení­an.

La Gran Garbo, después de una larga vida en el anonimato, murió de neumoní­a en su casa de Nueva York, en 1990.




“La divina”, que en su adolescencia trabajó como dependiente en unos almacenes y en una peluquerí­a, entró en el cine desde la publicidad, al realizar un anuncio comercial para una casa de trajes de baño en calidad de modelo fotográfico. Desde entonces, impulsada por la curiosidad y la pasión intuitiva por la escena, visitó los camarines y los corredores del Söder Teater (Teatro del Sur) en Mosebacke, donde experimentó por vez primera la fuerza y la magia de ese ámbito donde se daban cita las estrellas del arte dramático, sin sospechar que ella misma, años después, se convertirí­a en una de las lumbreras más apasionantes del séptimo arte, gracias al fulgor de su belleza y su personalidad inaccesible, que le valió el sobrenombre de “la divina”.

En la Escuela Real de Arte Dramática de Estocolmo, donde estudió una temporada, entró en contacto, a los 18 años de edad, con el director de ascendencia judí­a Mauritz Stiller, quien en ese momento buscaba una actriz que interpretara el rol de Elizabeth Dohna en la pelí­cula sobre “La saga de Gösta Berling” (1923), basada en la novela de la afamada escritora sueca Selma Lagerlöf, premio Nobel de literatura en 1909. La pelí­cula nunca se terminó de filmar, pero Greta Gustafsson, que fue rebautizada con el nombre de Greta Garbo y convertida en estrella de la noche a la mañana, firmó un nuevo contrato para encarnar a la protagonista central en la pelí­cula “Den glí¤djelösa gatan” (La calle sin alegrí­a), dirigida por el alemán G. W. Pabst, en 1925. Un año más tarde, y con tres pelí­culas en su haber, Greta Garbo, contratada por la Metro-Goldwyn-Mayer, llega a Hollywood, donde arrolló con su belleza y su talento, primero en el cine mudo y seguidamente en el sonoro, interpretando una serie de roles que hoy se recuerdan con nostalgia y admiración, no sólo porque fue la primera actriz que en la pantalla entreabrió sus labios al besar, sino también por esa mágica aura que la iluminaba entera.


La divina del celuloide




De Greta Garbo no se conoce una sola fotografí­a que la muestre desnuda ante sus admiradores, aunque todos se la imaginan tan cimbreante como Marilyn Monroe y tan candorosa como Ingrid Bergman. De cualquier modo, la lozaní­a de su rostro, cuya fascinante belleza rompí­a con los cánones de la estética tradicional del cine norteamericano, recorrió el mundo y fascinó a millones de espectadores, quienes admiraban el perfil de su nariz respingona, el arco de sus cejas sometidas a una depilación casi total, la mirada sensual que desprendí­an sus ojos, el arco de amor de su labio de granate y el espeso maquillaje que convertí­a su piel en una porcelana, lista para ser captada por las cámaras que la seguí­an de lejos y de cerca. Aunque era una mujer recatada por naturaleza, mantení­a una relación casi erótica con la cámara, pidiendo rodar sus escenas en platós cerrados, como quien no permite en su recámara más que la presencia del director, del galán y del fotógrafo. No en vano Cecil Beaton, su “camaraman” y enamorado secreto, confesó que “verla era estar presenciando las más remotas profundidades del rostro humano”.

Su ya famosa pose, tan difí­cil de imitar, con la cabeza echada hacia atrás y vista de perfil, es el fruto de un minucioso estudio de su figura. Según dicen algunos aficionados al cine, Greta Garbo aprendió a estirarse el cabello hací­a atrás para traslucir inteligencia y no destruir la calma de su mirada, a cerrar la boca para ocultar sus incisivos, a caminar despacio para disimular la desproporción de sus piernas, a dibujarse la boca primero con labios finos y después más carnosos; en fin, que pasó por una suerte de metamorfosis para convertirse en la estrella más codiciada de Hollywood, en cuyos estudios rodó 27 pelí­culas, encarnando a personajes como a Mata Hari, Ana Karerina, Camille, Ninotchka, La reina Cristina de Suecia y Margarita Gauthier, hasta que se retiró del mundo de las candilejas en 1941, cuando sólo tení­a 36 años de edad y poco después de haber rodado uno de sus más grandes filmes: “La mujer de las dos caras”, dirigido por George Cukor. Es decir, su paso por el cine fue tan enigmático como su retirada, dejando la fascinación y el misterio para asombro de generaciones venideras; algo que no ha sido eclipsado por la imagen emblemática de Rita Hayworth ni por ningún otro mito creado por el celuloide.


La dama de la soledad


Apenas se retiró voluntariamente del mundo ficticio de Hollywood, Greta Garbo adoptó el seudónimo de Harriet Brown y se recluyó en un apartamento de Nueva York, de donde sólo salí­a para pasar algunas temporadas en Suiza y Francia. No obstante, su anonimato no fue del todo hermético, pues hay quienes dicen haberla visto pasar, recta y casi siempre apresurada, por Park Avenue; mientras otras miradas curiosas la vieron paseando en Manhattan o durante algún veraneo en Suiza, envuelta en ropas sin forma y ocultando sus grandes ojos detrás de unas gafas oscuras. Tampoco faltan quienes afirman que Greta Garbo se convirtió en una figura huidiza no tanto porque pretendí­a ocultarse de la gente, sino porque no soportaba los rayos del sol en la cara.

De cualquier modo, su decisión de cortar abruptamente los lazos con el mundo del espectáculo, en el que habí­a transcurrido lo más deslumbrante de su carrera artí­stica, rodeó su vida de una leyenda de impenetrable silencio y de una aureola de misterio que no ha dejado de fascinar con el correr de los años, puesto que tanto el silencio como la soledad que ella impuso en torno a su vida, hoy tienen su propio lenguaje y su propio magnetismo; más todaví­a, su introversión y su soledad contribuyeron a fomentar el enigma y a inmortalizar el mito de quien en plena juventud se negó a que el mundo supiera más de ella.

Greta Garbo, a diferencia de otras damas de Hollywood supo guardar celosamente los secretos de su compleja personalidad, manteniéndose hierática ante la curiosidad de quienes la acosaban por donde iba. De ahí­ que los incontables intentos periodí­sticos de traspasar la muralla de silencio que habí­a construido en torno a su vida fueron vanos, porque esta mujer divina, que daba al cine el aire sacro de la misa, no ha dejado oí­r su voz ni al más avispado de los hombres de prensa, ya que ni en los momentos estelares de su carrera dejó trascender los episodios de su vida í­ntima.

La historia de Greta Garbo es la historia de una mujer que siempre rehusó encontrarse con la prensa. “Los periodistas son la peor raza que existe”, manifestó en alguna ocasión, disgustada de que le formularan demasiadas preguntas. Asimismo, como era simple y falta de pretensiones en todas las facetas de su vida, le declaró a un amigo suyo la causa de su silencio: “No soy tí­mida -le dijo-, no soy asocial. Hablo con facilidad con la gente que conozco. Pero no me interesa en absoluto la vida oficial. No me gusta aparecer en periódicos y revistas. No me gusta verme expuesta…”

Cuando la Academia de Hollywood le concedió un Oscar honorí­fico en 1955, la actriz no se presentó a recoger el galardón, para no levantar aspavientos ni verse sometida a lo que ella consideraba: “la tortura de la publicidad”. Lo mismo ocurrió cuando el gobierno sueco le concedió una condecoración en 1983. La actriz se negó a viajar a Suecia para recogerla, exigiendo que fuera el embajador sueco en EE.UU. quien le entregara el premio en su propio apartamento, en Manhattan. Claro está, qué más podí­a exigir una mujer que siempre rehusó encontrarse con la prensa, para no sufrir el tormento de estar en el punto de mira de la gente. Preferí­a estar sola, como en una de las escenas de la pelí­cula “Gran Hotel”, donde el guionista la hizo repetir: “Quiero estar sola”, una frase hecha a su medida y su manera, que se convirtió en norma por el resto de sus dí­as.

En julio de 1988, cuando el periodista sueco Sven Broman le preguntó: ¿cómo se sentí­a? Ella contestó: “No me encuentro bien (…) Sólo puedo dar unos pocos pasos. La mayor parte del tiempo permanezco en mi casa, apenas como nada. Me siento triste. La vida que me rodea no es real. Siento la sensación de irme muriendo poco a poco”, una sensación que parece haberla seguido desde los años de su infancia, tal vez por eso hay algo de cierto en esa anécdota que trascendió a la prensa en Hollywood, cuando la actriz asistió al estreno de una pelí­cula, donde, luego de la sesión, alguien le preguntó: “Parece usted cansada; serí­a mejor que se fuera a casa. Esto le habrá dejado a usted muerta”. Se produjo un silencio y ella replicó: “¿Muerta? Ya llevo muerta muchos años”.

Con todo, nunca se llegará a saber la secreta pasión que se escondí­a en su corazón y su cerebro, si apenas se guarda la sospecha de que ella, al igual que Marilyn Monroe, sentí­a un impulso concreto hacia la maternidad, aunque nunca deseó tener hijos propios, quizás, debido a que ella misma era una niña vulnerable y andrógina, que llegó a ser la estrella más cotizada de Hollywood, gracias a su talento y su voluntad de hierro. Por lo demás, la personalidad de Greta Garbo, por su complejidad y su misterio, es un campo en el que sólo podrán penetrar los psicoanalistas más expertos y alguno que otro admirador que no pierde las esperanzas de conocer algo más de su vida, aunque ella, “la divina”, eligió sumergirse en un silencio impenetrable y en una soledad de la que nadie consiguió arrancarla por más de medio siglo, hasta que el 15 de abril de 1990 dejó de existir, en un hospital de Nueva York, no sin antes dejar una estela luminosa en el mundo del cine y ante los ojos de millones de espectadores que seguirán admirando su fascinante belleza, su enigmático rostro, su carcajada casi varonil y sus ojos luminosos y sensuales como sus labios.




Greta Lovisa Gustafsson tení­a 14 años cuando murió su padre dejando a la familia desamparada.

En razón de la situación económica de la familia, Greta se vio obligada a dejar los estudios y trabajar en lo que se presentara, primero en una barberí­a y luego como empleada en una tienda por departamentos. La misma tienda la contrató como modelo para hacer fotografí­as de modas que eran publicadas en los periódicos, cuando apenas era una quinceañera. Aunque parece que no tení­a aspiraciones para hacer cine, en vista del éxito que tení­an las fotografí­as, la tienda le pidió hacer un comercial de modas filmado.




Debido a esas experiencias como modelo, el director de comedias Eric Petscher la vio en un corto metraje publicitario, ofreciéndole un corto papel en la pelí­cula Luffar-Petter, donde representó a una hermosa bañista. Fue su primera pelí­cula filmada en 1920.

Alentada por su primer film, entre 1921 y 1924 estudió en el Real Teatro Dramático de Estocolmo, donde realizó dos pelí­culas, Lyckoriddare (1921) y Luffarpetter. Luego conoció a Mauritz Stiller, el famoso director sueco, quien le dio un papel en la pelí­cula La Historia de Gösta Berlings filmada en 1924. El director le dio el nombre de Greta Garbo y le enseñó las técnicas de actuación. Apenas habí­an pasado tres años desde que Greta posó como modelo de ropa, a los 18 años, era ya una estrella de cine.

Después de filmar Die freudlose Gasse en 1925, Stiller fue a Estados Unidos para trabajar en la Metro Goldwing Mayer e insistió que se le diera también un contrato a Greta Garbo. La primera pelí­cula que hicieron juntos en Hollywood, fue The Torrent en 1925, que por ser muda, no obligaba a Greta a hablar en inglés. En total Greta apareció en 27 pelí­culas, de las cuales dos fueron hechas en Suecia.

El rostro de Greta Garbo fue para muchos la perfección en el cine

Finalizada la II Guerra Mundial, ella pensó que el mundo habí­a cambiado y decidió retirarse de las cámaras. Tení­a 36 años de edad, se estableció en Nueva York, escribió su biografí­a y no volvió a trabajar en el cine. T vivió prácticamente recluida en su casa de Nueva York, ciudad en la que murió a los 84 años el 15 de abril de 1990.



Greta Garbo asistiendo al funeral de Wiston Churchill (1958)



La mujer soñada




Diva entre las divas del cine mudo, fue una de las pocas estrellas que sobrevivió a la llegada del cine sonoro. Apodada con bastante criterio “la divina”, Greta Garbo era el prototipo de mujer inalcanzable, tan distante como misteriosa, pues apenas concedí­a entrevistas y no acudí­a a los estrenos de sus pelí­culas. El 18 de septiembre de 2005 pasado se cumplió su centenario.

Nacida en 1905 en Sodermalm, uno de los barrios más modestos de Estocolmo, Greta Lovisa Gustafsson era la hija menor de un barrendero y una asistenta del hogar. Como las sufridas mujeres que interpretarí­a en la pantalla en lacrimógenos melodramas, la vida de Greta fue dura, pues su padre falleció prematuramente, y ella tuvo que abandonar sus estudios y ponerse a trabajar enseguida. Primero la contrataron en una peluquerí­a, y posteriormente acabó en unos grandes almacenes.

El dueño del establecimiento, era un hombre adelantado a su tiempo que empezó a filmar anuncios para cine, escogiéndola a ella como modelo. Así­ fue como Greta se dio cuenta de que la cámara la amaba. Decidió matricularse en la Escuela de Arte Dramático de Estocolmo. Uno de sus profesores quedó muy impresionado por sus dotes dramáticas, y la recomendó a su amigo Eric Petscher, pionero del cine sueco, que le dio un pequeño papel en Pedro el tramposo. Poco después, la joven actriz conoció al director Mauritz Stiller, que le aconsejó cambiarse el apellido y adoptar una imagen más sofisticada. Además, el cineasta le dio un papel importante en La saga de Gösta Berling, que la dio a conocer al gran público, así­ como La calle sin alegrí­a, de G. W. Pabst.

El productor estadounidense Louis B. Meyer, necesitado de talentos, ofreció un contrato al citado Stiller, que aceptó siempre y cuando se pudiera llevar a Estados Unidos a Greta Garbo. En este paí­s, la actriz rodarí­a sus dos primeras pelí­culas como protagonista, Entre naranjos y La tierra de todos, ambas basadas en sendas obras del valenciano Vicente Blasco Ibáñez. Stiller acabó discrepando abiertamente de la forma de hacer cine de Meyer, por lo que finalmente fue despedido, pero Greta Garbo siguió en Hollywood hasta convertirse en una gran estrella. Fue Clarence Brown el director que le sacó mejor partido en su primera época, sobre todo El demonio y la carne, donde la actriz era una mujer seductora y enigmática que seducí­a a dos oficiales del ejército austriaco. Durante el rodaje se enamoró de uno de sus compañeros de reparto, John Gilbert, con el que mantuvo un romance que acaparó innumerables portadas de revistas, pero finalmente acabó plantándole en el altar, en 1927. A pesar de los rumores y las tesis más variopintas, Gilbert fue la única pareja reconocida de la estrella.

Aunque las pelí­culas de la primera época de Greta Garbo eran mudas, se convertí­an en éxitos sonados. Destaca la primera versión de Ana Karenina, y La mujer divina, pelí­cula de donde le viene el famoso sobrenombre, dirigida por su compatriota Victor Åström. La llegada del sonoro acabó con la carrera de las principales estrellas del momento, incluyendo la del citado John Gilbert, que por lo visto tení­a “voz de pito”. Con su voz ronca, Greta Garbo fue una de las únicas excepciones a la regla general, revalidando su éxito con Anna Christie, su primer “talkie”, promocionado con la famosa frase: “Garbo habla”.

Le siguieron las mejores pelí­culas de la actriz, como Mata-Hari, Gran Hotel, Margarita Gaultier y la versión sonora de Ana Karenina, con las que Garbo trascendió el estrellato alcanzado la categorí­a de mito. Destaca La reina Cristina de Suecia donde interpreta la célebre secuencia en la que está tumbada en el suelo, y cuando la cámara se le acerca, lentamente “la divina” saborea unos granos de uva, con una sensualidad difí­cilmente imitable. Otra de sus mejores composiciones es la protagonista de Ninotchka, sátira del régimen soviético de Lubitsch, y obra maestra de la comedia que se anunciaba con la frase “La Garbo rí­e”, como si fuera su primera comedia, aunque Grand Hotel ya se inscribí­a más o menos en el género. Siempre trabajaba con el mismo director de fotografí­a, William Daniels, a su juicio el único que sabí­a iluminar su rostro. En el rodaje de algunas secuencias difí­ciles, exigí­a que abandonaran el set todos los miembros del equipo, director incluido, quedándose a solas con Daniels y el operador de cámara.

La actriz tení­a tan mal genio que era famosa por sus rabietas en los platós, donde a veces gritaba a voz en grito que iba a volverse a Suecia. Jamás filmaba autógrafos, era difí­cil conseguir que concediera una entrevista y nunca hablaba de su vida privada, ni siquiera con sus compañeros de rodaje. Se cuenta que a veces acudí­a a los cines, de incógnito, con gafas de sol, para observar las reacciones del público ante sus pelí­culas.

El último trabajo de Greta Garbo fue La mujer de las dos caras, de George Cukor, inesperado fracaso en las taquillas. Es un enigma por qué tomó la decisión de retirarse, a pesar de que sólo tení­a 35 años. Parece ser que no quiso que el público la viese envejecer, pues hasta su muerte, en 1990, dejó de acudir a actos públicos y de aparecer en medios de comunicación







A través de los cientos de fotos, de portadas de revistas de cine, escenas de rodajes, recortes de periódicos y biografí­as, el mundo puede admirar la perfección de Greta Garbo, sin pensar en un momento que su belleza helení­stica pueda ser, ni por asomo manjar de las más conocidas manos femeninas del Séptimo Arte. Tuvieron que pasar muchos años para que ahora al cabo del tiempo las biografí­as que circulan por el mundo, dejen abrir un armario que si ella lo tuvo cerrado, nadie tiene el derecho a airearlo. Los rumores acerca de la sexualidad de Greta Garbo nunca fueron ni confirmados ni desmentidos por sus amigos más í­ntimos, lo que ha dado tristemente pié a todo tipo de especulaciones.

El único dato que pudiera dar un poco de luz a la homosexualidad de la actriz, fue el de la escritora estadounidense Mercedes de Acosta, fallecida en 1968, publicando en marzo de 1960 su autobiografí­a “Here lies the Heart”, en la que no sólo reveló su romance con Greta Garbo, sino que publicó la siguiente foto en “topless” durante un viaje que hicieron a las montañas de Sierra Nevada en los años 30.









No es fácil para mí­ escribir nuevamente sobre esta mujer a la que tengo en un lugar muy especial de mi mente y en mi corazón, desde aquel mes de Febrero del año 1972, cuando en los Jardines de Luxemburgo de Paris tuve el privilegio de encontrarme con ella, y recibir en mi cuerpo la carga eléctrica que supuso la mirada de unos ojos gastados, a través de unas gruesas gafas, donde asomaba parte de un pelo blanco desaliñado, y vestida en tonos negros y verdes, colores que nunca olvidaré. No es fácil, porque no puedo ser objetivo ante tanto como se ha escrito sobre ella, y sobre todo ante la lectura que hace muy poco hice de la obra “Safo va a Hollywood”, y que desprecio soberanamente. No solo por ella, sino también por la forma en que retratan a otra legendaria del cine, como es Marlene Dietrich….¿Verdad o mentira?, no pondrí­a la mano en el fuego y tampoco sabrí­a explicarlo, son demasiadas fechas, demasiados datos cronológicos y muchas cartas de las mismas, pero me resisto a airear con olor de morbo la desfachatez con que Diana McLellan hace gala de su pluma y su intención de tirar por suelo algo tan perfecto, bello e irrepetible como fueron Greta y Marlene, pero ante todo soy un amante del cine, un estudioso de las figuras que admiro y lo único que pretendo con este trabajo, es simplemente hacer una composición quizá más completa de ellas como actrices y mujeres.

Durante muchos años ha perdurado el mito de la ambigua orientación sexual de la Garbo, (comenta su nieta),por eso, habí­a un interés desmedido sobre el contenido de las cartas, guardadas bajo llave durante tres décadas, esperando a la fecha fijada por la propia Mercedes de Acosta para poderlas abrir: diez años después de la muerte de mi abuela. Llegó el dí­a señalado y se leyeron públicamente, todos quedaron profundamente decepcionados, incluido el colectivo homosexual de Filadelfia, que pretendí­a exhibirlas con motivo del Festival del Orgullo Gay 2000 (Gray Horan).

El misterio de Greta Garbo sigue tan vivo como siempre. La mujer que escribió esas cartas, y que pertenecen a los fondos del museo Rosenbach de Filadelfia, es la misma Greta Garbo que se retiró a los 36 años y llevó una existencia casi fantasmal hasta los 84, cuando se despidió del mundo..Nada hay en ellas que haga sospechar una supuesta relación sexual entre mi abuela y Mercedes de Acosta. En una de ellas, incluso, mi abuela llega a decirle a su amiga: “Yo no soy el mismo tipo de persona que tú”. La relación entre las dos es como la de cualquier otra amiga, tuvieron sus altos y bajos, pero en ningún caso puede calificarse de una historia amorosa. La mayorí­a de la correspondencia es para anticipar visitas o para felicitarse la una a la otra por sus cumpleaños. En una ocasión, mi abuela le pide a su amiga que le reserve una habitación en Parí­s para ella y su compañero masculino (Gray Horan).








Donde se busque magia, donde se quiera buscar sentido al cine, donde se ame la belleza, donde se quiera tocar la perfección y donde comprender el significado de que hay actores que están tejidos con hilo de oro, humo de sueños… Entre éstos, siempre estará Greta Garbo..





“Quiero estar sola” sola”

Cientos de veces lo gritó, en un intento por mantener su vida lejos del interés del público que seguí­a con pasión la vida de sus estrellas del cine, más cuando éstas habí­an alcanzado el cetro de divas.


Greta Lovisa Gustafsson nace en el barrio de Södermalm, Estocolmo, el 18 de septiembre de 1905, en el seno de una familia de extracción humilde. Su padre, Karl Alfred, era un jornalero que desgasta su vida en una botella de alcohol, mientras que su madre, Anna Lovisa Karlson, debe pasar de campesina a costurera y empleada doméstica para poder sobrevivir junto a sus tres hijos, un hombre y dos mujeres.

A la edad de 14 años, Greta queda huérfana de padre, luego de que éste, tras una gran borrachera, muere probablemente por una pulmoní­a en medio del frí­o invierno sueco. El dí­a anterior, su hija lo habí­a encontrado tirado en la nieve.

Si bien, desde pequeña manifiesta su interés por el teatro, la mala fortuna la lleva a ocuparse rápidamente en una barberí­a y luego como vendedora, en la sección de sombreros de señoras, en una tienda de departamento de la capital sueca.

Aunque habí­a abandonado los estudios, su decisión de abrirse paso como modelo en avisos publicitarios tiene su recompensa. A los 18 años logra una beca para estudiar en la Real Academia Dramática de Estocolmo, de la cual nunca se gradúa porque el cine reconoce tempranamente su talento.

Gustav Molander, su profesor, la contacta con el director Mauritz Stiller, quien además de rebautizarla como Greta Garbo (“ninfa” en alemán), la convierte en una condesa italiana en la película “La saga de Gösta Berling”, en 1924.

Antes de emigrar a Hollywood, la Garbo alcanza a filmar un segundo film en Europa, “La calle sin alegrí­a”, donde comparte una breve escena con la actriz Marlene Dietrich. A bordo de un barco llega a Estados Unidos a mediados de 1925, de la mano de Stiller, quien es contratado por la MGM con la condición de que su protegida también sea considerada.Aún así­, su primera pelí­cula, “El Torrente” se da bajo la dirección de Monta Bell. Las siguen “La tentadora” (1926) y “El demonio y la carne” (1927), que la instalan en el star-system imperante con el tí­tulo irrevocable de diva.




“La mujer de dos caras”
Ése fue el nombre de su última pelí­cula, pero más parece una forma velada de desentrañar la doble vida que llevó.

Distante y enigmática. Esas cualidades que la convirtieron en una verdadera diva del celuloide, fueron siempre atribuidas a su origen nórdico. Sin embargo, la historia se encargó de develar, poco a poco, sus misterios, ésos que pueden explicar esa personalidad frí­a.

Aunque muchos de sus seguidores prefieren quedarse con la idea de que se retiró tempranamente del cine para no envejecer ante los ojos de sus fans, lo cierto, es que distintos biógrafos han desentrañado un pasado de bisexualidad que ella siempre negó e intentó ocultar, quizás con esa jubilación prematura.

Su vida privada y sus relaciones amorosas, mientras estuvo en la meca del cine, se mantuvieron dentro de los cánones del star system, donde eran sabidas las relaciones homosexuales y lésbicas entre los actores, pero se ocultaban.

Aunque nunca se casó y tampoco tuvo hijos, sus romances con personajes vinculados a la industria del cine fueron conocidos. El primero de ellos fue con su mentor, el director Mauritz Stiller, con quien emigró a Estados Unidos en 1925.

Luego, vino una larga relación de casi dos años con el actor John Gilbert, a quien conoció en el set de filmación de “El demonio y la carne”. Fueron coestrellas en “La reina Cristina”, de 1933, y “Anna Karenina”, de 1935. Al terminar, él tuvo una serie de relaciones fallidas, pero su mayor fracaso se dio en el plano profesional: el cine sonoro develó su voz chillona, que resultó poco atractiva, y los estudios lo despidieron. Gilbert murió al año siguiente, en 1936.

Durante los años 40, habrí­a tenido un affaire con el escritor Erich Marí­a Remarque, quien en ese momento estaba vinculado sentimentalmente con la actriz Marlene Dietrich. Este episodio, revelado por la alemana en su diario í­ntimo, derivó en la ira pública del “ángel azul” quien, presa de los celos, calificó a la sueca de “una mujer arrogante, egoí­sta y amiga poco confiable”. Pero, el trasfondo se conocerí­a más tarde.

Tras su retiro, momento en que se le rebautiza como “la misteriosa”, se le conocieron otros affaires, entre los que se mencionan a Gary Cooper, Maurice Chevalier y Jean Gabin. También se le vinculó sentimentalmente con el magnate griego Aristóteles Onassis.

Gray Horan, hija de una sobrina de la actriz, sostuvo que Greta Garbo jamás sostuvo relaciones homosexuales. Pero muchos otros levantaron una serie de pruebas para refutar aquello.

La más reciente es de Tin Andersen, autor de “Maldita niña adorada”, quien sostiene que “Gurra” (apodo de la Garbo en su barrio) estuvo enamorada toda su vida de la actriz sueca Mimi Pollak, también llamada “Mimosa”.

La investigación de Andersen se basa en la correspondencia privada entre ambas donde la divina se muestra obsesionada, aún cuando su colega de tablas está casada. “Sueño con verte y descubrir si todaví­a te interesa tu antigua compañera. Te amo, pequeña Mimosa”, son algunas de las explí­citas declaraciones que le hací­a en 1928.


FOTOGRAFíAS



































































































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Extraído de: A

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