Anatoli Onoprienko: La bestia de Zhitomir



"Es mejor que me maten, porque cuando salga seguiré matando gente". Con esta frase de Onoprienko queda claro que no hay ningún tipo de esperanza de reinserción en un individuo de este tipo. O como sostiene el profesor Vicente Garrido, existen personas que la sociedad no puede correr el riesgo de dejar en la calle. Alumbrando de este modo el dilema que se cierne en torno a los psicópatas. ¿Es posible tratarlos con éxito? Hasta la fecha no han respondido con excesivo éxito los tratamientos llevados a cabo.


Anatoli Onoprienko nació un 25 de julio de1959 en Zhytomyr, Ucrania. Proveniente de una familia alcohólica y pobre, su infancia viene marcada por la muerte de su madre, que acaeció cuando él tenía 4 años. Una perdida a la que siguió la decisión adoptada por su padre y su hermano mayor de abandonarlo en un orfanato en el que se crió bajo una atmósfera muy hostil. Onoprienko nunca perdonaría a su padre por tal hecho. “Mi padre y mi hermano mayor debieron ocuparse de mi, porque ellos podían".

Cuando salió del orfanato se enroló en la Marina Soviética, con la que viajó a lo largo del mundo. Uno de esos viajes le llevo a Río de Janeiro, donde quedaría cautivado por el Cristo de Corcovado. Tanto fue así que cada una de sus acciones criminales estarían marcadas por una cruz en macabro homenaje a esta figura.


Después, se convertiría en bombero en la ciudad de Dneprorudnoye. Su ficha laboral le describía como un hombre “duro, pero justo”. Más tarde, Onoprienko emigró para trabajar de obrero durante un tiempo, si bien reconoció que durante aquella época sus principales fuentes de ingreso emanaban de los robos y los asaltos.


Su etapa criminal daría el pistoletazo de salida en 1989, cuando él y su cómplice, Sergei Rogozin, robarían y matarían a nueve personas.

Con la policía tras su pista por aquellos asesinatos, Onoprienko optó por poner tierra de por medio. Abandonó el país ilegalmente para recorrer Austria, Francia, Grecia, Dinamarca y Alemania, país este último en el que permanecería seis meses arrestado por robo y más tarde expulsado. En el resto de los países en los que estuvo también engordó sus antecedentes criminales.

A finales de 1995, Onoprienko regresaría a Ucrania. Y ya en la Nochebuena de ese mismo año, se produciría el ataque a la familia Zaichenko. El padre, la madre y sus dos hijos fueron asesinados y su casa incendiada, con el fin de no dejar huellas. La masacre que cometió sobre esta familia la valoró Anatoli en un par de alianzas de oro, un crucifijo del mismo material y dos pares de pendientes.

Tan solo seis días mas tarde, la escena se repetiría con otra familia de cuatro miembros. Las víctimas se iban sucediendo en las regiones de Odesa, Lvov y Dniepropetrovs. Un reguero de asesinatos y un mismo modus operandi: casas aisladas en las que mataba a los hombres primero con un arma de fuego y a las mujeres y los niños con un cuchillo, un hacha o un martillo. Siempre sin dejar vivo ninguno de los habitantes del domicilio. Después, más macabro aún, cortaba los dedos de las víctimas para sustraerles sus anillos. Y para rematar, en algunos casos incendiaba las casas.

La personalidad de este psicópata quedaba reflejada en un detalle. Guardaba como recuerdo la ropa interior usada por sus víctimas. Las conservaba como reliquia e incluso en alguna ocasión sirvieron de regalo para su novia.

En aquellos meses, la región de Zhitomir viviría aterrorizada por una serie de 43 asesinatos en cuestión de seis meses. Y Onoprienko comenzaría a ser conocido como "La bestia de Zhitomir", "El exterminador", "Terminator", "El diablo en persona” o "El señor O".

En marzo de 1996, el Servicio de Seguridad de Ucrania (SBU) detendría a Yury Mozola, un joven de 26 años, como sospechoso de los asesinatos. Yury fue torturado durante seis días, mediante fuego y cargas eléctricas. El joven se negaba a confesar los hechos, hasta que su cuerpo dijo basta y murió en medio de una tortura. Siete responsables de la muerte de Mozola fueron encarcelados por este hecho.

Finalmente, Anatoli Onoprienko sería capturado gracias a un primo suyo con el que vivía. El primo encontró las armas de Onoprienko en la casa y al preguntarle por las mismas, Anatoli le contestó que se metiese en sus asuntos o de lo contrario, tanto el como su familia, lo podrían lamentar la próxima primavera.

Ante tal hecho, el primo llamó a la policía, quienes a través de las características de una de las armas descritas, llegaron a la conclusión que Onoprienko era "La bestia de Zhitomir".

La policía acabó entrando en el domicilio y Onoprienko accedió a ir con ellos, si bien antes pidió que le dejasen coger un abrigo. En ese momento, se revolvió e intento coger un arma del armario. Una desesperada maniobra que no le surtió efecto. Cuando le apresaron, Onoprienko expreso: "Me podrán sujetar, pero todo el daño ya esta hecho y si por mí dependiera ninguno de vosotros viviría, así que sujetadme bien".

El juicio daría inicio el 23 de noviembre de 1998. Después del mismo, Onoprienko sería acusado de cometer 52 asesinatos. A su salida de los juzgados, con esa pena a cuestas, un numeroso público enfurecido pidió su cabeza ante la calma mostrada por el infame asesino.

Antes de la apertura del juicio, el propio Onoprienko hizo llegar a la prensa una declaración suya en la que advertía que no se arrepentía de ninguno de los crímenes que había cometido y reconocía haber asesinado a 42 adultos y 10 niños, nueve de ellos con anterioridad a los investigados durante el caso y que aseguraba haber cometido acompañado por Sergei Rogozin.

Onoprienko declararía además que mataba para eliminar a todos los testigos de mis robos. “Soy una persona única, hice cosas que nadie ha hecho. Son acontecimientos únicos. Era muy sencillo, los veía de la misma forma que una bestia contempla a los corderos. Ninguna de mis víctimas se opuso, armado o no, hombre o mujer, ninguno de ellos se atrevió a forcejear siquiera”, defendía. Una horrible filosofía que continuaba con reflexiones como: “Un soldado que mata durante la guerra no ve a quien golpea” O como “un ser humano no significa nada. He visto sólo gente débil y comparo a los humanos con granos de arena, hay tantos que no significan nada”.

Los peritos lo calificaron como perfectamente cuerdo y alertaron de que podía asumir perfectamente las consecuencias de sus atrocidades. El mismo Anatoli se autodefinía como un “ladrón que mataba para eliminar a todos los testigos de mis robos".

Anatoli Onoprienko siguió los pasos del legendario Andrei Chikatilo. Ambos mataron al mismo número de víctimas, pero son muy diferentes. Chikatilo, ejecutado en 1994, era un maniaco sexual. Sólo mataba mujeres y niños, cuyos cuerpos violaba y mutilaba. A veces se comía las vísceras. Nada de esto aparece en el expediente de Onoprienko, un ladrón que mataba para robar, con inusitada brutalidad y ligereza, pero sin las escenas del maniaco sexual. Onoprienko supera a Chikatilo por el corto periodo en que realizó su matanza: seis meses frente a doce años.

Las autoridades le describen como el asesino más terrible de la historia en Ucrania y de la antigua Unión Soviética, mientras que las familias de las numerosas víctimas lo califican de "animal", "ser monstruoso" y "bestia demoníaca".

Anatoli Onoprienko fue condenado a cadena perpetua ya que en las fechas del juicio, Ucrania firmó un acuerdo con la Comunidad Europea por el que se prohibía la pena de muerte. Cabe la posibilidad de que una revisión de su caso reduzca esa cadena perpetua a la que fue castigado. Si bien el mismo Onoprienko declaró en su momento su oposición a acudir a las audiencias para la reducción de sus condenas, sosteniendo que debía ser ejecutado: “Si estoy libre de nuevo, comenzaré a matar otra vez. Pero en esta ocasión será peor, diez veces peor. Si no me matan, escaparé de esta prisión y la primera cosa que haré será buscar a alguien y colgarlo de un árbol de los testículos”.

“Anatoli Onoprienko es la persona que más puede demostrar hasta qué punto el ser humano puede convertirse en enemigo de si mismo y lo mas terrible de todo es que nosotros no supimos evitarlo” sentencia Vicente Garrido respecto a este sanguinario caso.

Anatoli Onoprienko, "La Bestia de Zhitomir"

El lunes 23 de noviembre de 1998, se iniciaba en la ciudad de Zhitomir (ex Unión Soviética), el juicio de un ucraniano acusado de haber asesinado a 52 personas, ante la celosa mirada de un público enloquecido que reclamaba la cabeza del acusado. Su calma contrastaba con la emoción de todos los presentes en la sala, en su mayoría jóvenes.

Después de confesar en una declaración entregada a la prensa por su abogado antes de la apertura del juicio, que no se arrepentía de ninguno de los crímenes que había cometido, Anatoli Onoprienko respondía dócilmente a las preguntas del juez; reconoció haber asesinado a 42 adultos y 10 niños, entre 1989 y 1996.

La parte acusadora ha pedido la pena de muerte, cuyo mantenimiento apoyan tres de cada cuatro ucranianos, según las encuestas, pero el verdadero problema en este complicado juicio, es impedir que el público linche al acusado. Complicado por su envergadura y duración (más de 400 testigos y por lo menos tres meses de declaraciones por delante), por sus gastos, pero también por la tensión que se respira entre los familiares de las víctimas, obligados a pasar cada día por un arco detector de metales, algo no tan corriente en ese país, mientras el acusado, encerrado en una jaula metálica, está prudentemente separado de la ira del público...

Los hechos se producían entre octubre de 1995 y marzo de 1996. En aquellos seis meses, la región de Zhitomir vivió aterrorizada por una serie de 43 asesinatos que Onoprienko había ido sembrando. La Nochebuena de 1995 se produjo el ataque a la aislada vivienda de la familia Zaichenko. El padre, la madre y dos niños muertos y la casa incendiada para no dejar huellas fue el precio de un absurdo botín formado por un par de alianzas, un crucifijo de oro con cadena y dos pares de pendientes. Seis días después, la escena se repetía con otra familia de cuatro miembros. Víctimas de Onoprienko aparecieron también durante aquellos seis meses en las regiones de Odesa, Lvov y Dniepropetrovsk.

Estas matanzas incitaron a la segunda investigación delictiva más grande y complicada en la historia ucraniana (la primera había sido la de su compatriota Chikatilo). El gobierno ucraniano envió una buena parte de la Guardia Nacional con la misión de velar por la seguridad de los ciudadanos y, como si el despliegue de una división militar entera para combatir a un solo asesino no fuera bastante, más de 2000 investigadores de las policías federal y local.


"No hay mejor asesino en el mundo que yo. No me arrepiento de nada, y, si pudiera, sin duda volvería a hacerlo..."

Los policías empezaron a buscar a un personaje itinerante y elaboraron una lista en la que figuraba un hombre que viajaba frecuentemente por el sudoeste de Ucrania para visitar a su novia.

Con la policía tras su pista, Onoprienko puso tierra de por medio en 1989 y abandonó el país ilegalmente para recorrer Austria, Francia, Grecia y Alemania, en dónde estaría seis meses arrestado por robo y luego sería expulsado.


52 asesinatos en solo 6 meses.

De regreso a Ucrania sumó a los nueve otros 43 asesinatos, y poco después, ante las pruebas encontradas por los agentes en los apartamentos de su novia y su hermano (una pistola robada y 122 objetos pertenecientes a las víctimas), hallaron una razón para arrestarlo. Cuando la policía le pidió los documentos en la puerta de su casa, Onoprienko no les quiso facilitar la tarea, e hizo un esfuerzo vano por conseguir un arma y defenderse. Cuando los policías por fin lo detuvieron, Onoprienko se sentó silenciosamente cruzando los brazos y les dijo sonriendo: "Yo hablaré con un general, pero no con ustedes". Aun así, no le quedó más remedio que confesar sus crímenes y dejar que aquellos le arrestasen.

En su declaración al juez, aparecerían otros nueve cadáveres cosechados a partir de 1989 en compañía de un cómplice, Sergei Rogozin, (quien también comparecería en el juicio).

Anatoli Onoprienko siguió los pasos del legendario Andrei Chikatilo. Ambos mataron al mismo número de víctimas, pero son muy diferentes. Chikatilo, ejecutado en 1994, era un maniaco sexual. Sólo mataba mujeres y niños, cuyos cuerpos violaba y mutilaba. A veces se comía las vísceras. Nada de esto aparece en el expediente de Onoprienko, un ladrón que mataba para robar, con inusitada brutalidad y ligereza, pero sin las escenas del maniaco sexual. Onoprienko supera a Chikatilo por el corto periodo en que realizó su matanza: seis meses frente a doce años.

Cuando ejecutaba a sus víctimas, el asesino seguía un mismo ritual: elegía casas aisladas, mataba a los hombres con un arma de fuego y a las mujeres y a los niños con un cuchillo, un hacha o un martillo. No perdonaba a nadie, después de sus asesinatos cortaba los dedos de sus víctimas para sacarles los anillos, o a veces quemaba las casas. Incluso mató en su cuna a un bebé de tres meses, asfixiándolo con una almohada.

Onoprienko, de 39 años, estatura media, aspecto de deportista, racional, educado, elocuente, dotado de una excelente memoria y desprovisto de piedad. Soltero, padre de un niño, reconoció haber tenido una infancia muy difícil: su madre había muerto cuando él tenía 4 años, y su padre y su hermano mayor lo habían abandonado en un orfanato. De adulto, para ganarse la vida, se había embarcado como marino y había sido bombero en la ciudad de Dneprorudnoye (dónde su ficha laboral le describe como un hombre "duro, pero justo"). Luego había emigrado al extranjero para trabajar de obrero durante ese tiempo, pero confesó que su fuente primaria de ingreso era criminal: los robos y asaltos.

El peritaje médico lo ha calificado como perfectamente cuerdo que puede y debe asumir las consecuencias de sus actos. El mismo se define como un "ladrón" que mataba para robar: "Mataba para eliminar a todos los testigos de mis robos"

Por este motivo puede ser condenado a la pena capital por crímenes premeditados con circunstancias agravantes. El presidente ucraniano, Leonid Kuchma, dijo que dará explicaciones al Consejo de Europa para violar en este caso la moratoria de ejecución de la pena de muerte que su país mantiene desde marzo de 1997. Gracias al convenio con el Consejo de Europa, 81 penas de muerte dictadas últimamente en Ucrania no se han ejecutado. La declaración del presidente Kuchma anuncia que se va a hacer una excepción con Onoprienko.

En un momento determinado de la investigación, el acusado afirmó que oía una serie de voces en su cabeza de unos "dioses extraterrestres" que lo habían escogido por considerarlo "de nivel superior" y le habían ordenado llevar a cabo los crímenes. También aseguró que poseía poderes hipnóticos y que podía comunicarse con los animales a través de la telepatía, además de poder detener el corazón con la mente a través de unos ejercicios de yoga.

¿Enfermo mental o maniaco homicida? lo primero podría declararlo imputable, y lo segundo, condenarlo a la pena capital... el juicio, actualmente en curso, parece seriamente complicado.


Tras ser detenido trato de fingir locura, pero los psiquiatras afirmaron que está cuerdo.

Los psiquiatras, sin embargo, han diagnosticado que el hombre está perfectamente "cuerdo" y la mayoría quiere que pague por los homicidios. El mismo Onoprienko resumía así la filosofía de su carnicería:

"Era muy sencillo, los veía de la misma forma en que una bestia contempla a los corderos".


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