Los hombres con los rostros rotos




En medio de los horrores de la Primera Guerra Mundial, los cañones de gran calibre de la guerra de artillería, con su poder para atomizar órganos en fragmentos irrecuperables, junto con la lluvia mortal de metralla, estaban cambiando Europa para siempre, mientras se cobraba la vida de 8 millones de sus combatientes e hiriendo a otros 21 millones más.

Dentro de ese terrible escenario, un cuerpo de artistas y escultores trajo la esperanza para los soldados desfigurados en las trincheras, que desesperados de la improvisación a cargo de la Gran Guerra, habían sido agotadas todas las estrategias convencionales de tratamiento de los traumas del cuerpo, mente y alma... Fueron los hombres con los rostros rotos.

La propia naturaleza de la guerra de trincheras, resultó diabólicamente propicia para producir innumerables lesiones en la cara, casi por regla general, la cabeza fue el punto más vulnerable para la lluvia de las ametralladoras enemigas. La cirugía plástica que busca restaurar la función y forma a deformidades fue, al principio de la guerra, burdamente practicada con poca atención real dada a la estética, los resultados eran extremadamente horrorosos.

Fue entonces cuando a finales de 1917 en París, una artista de las bellas artes llamada Anna Coleman Ladd fundó la Cruz Roja Americana Estudio para Retrato-Máscaras, para proporcionar productos cosméticos para ser usados por hombres que habían sido desfigurados en la Primera Guerra Mundial. Unos servicios que le valieron sendos honores como la medalla a la Legión de Honor y Caballero de Crois de la Orden de San Sava de Serbia. Ladd nacida en Boston, se convirtió en uno de los escultores más prolíficos de la ciudad, la creación de piezas de fuentes, bustos, monumentos conmemorativos y relieves, además de autora de dos novelas, le otorgaron un estatus de artista privilegiada.

Aunque las máscaras eran incómodas y poco populares, las prótesis faciales se produjeron en parte por la necesidad económica, además de necesarias para mantenerse por sí mismos con fuerza, como parte aceptable de la sociedad, dentro de la medida de lo posible.



El estudio en París solo produjo 220 máscaras entre 1918 y 1919 y muchas de éllas pequeñas porciones de la cara como nariz o los ojos. Las máscaras eran de cobre, así que tuvieron que pintarse para que coincidiera con el color del rostro del usuario. Esto indica la experiencia de Ladd en la pintura de una manera fina y delicada.

Para las operaciones de restauración se tomaban vaciados de yeso del rostro, una prueba sofocante de la que la arcilla y la plastilina fueron la base de todos los retratos posteriores. La propia máscara sería de cobre galvanizado de 1/32 pulgadas de espesor. Detalles como las cejas, las pestañas y bigotes estaban hechas de pelo de verdad.

Dependiendo de si abarcaba toda la cara, como casi ocurría a menudo, el peso de la máscara oscilaba entre 115 y 250 gramos dependiendo de la cuantía de la zona. Cuando la falta era alguna de las orejas, o tal vez la nariz u ojos, el peso era infinitamente menor y relativamente cómodo de llevar.



Tampoco las máscaras eran capaces de restaurar las funciones perdidas de la cara, como la capacidad de masticar o tragar, además de una única y sola expresión,…quizás hoy en día sería una atrocidad,..pero en su tiempo, los desfigurados veteranos de guerra consiguieron por lo menos, sentirse mejor. Numerosas cartas de los soldados y sus familias fueron remitidas a la señora Ladd en agradecimiento,... “Gracias a usted, voy a tener una casa, la mujer que amo ya no me encuentra repulsivo“, “Mis hijos ya no huyen aterrorizados al ver a su padre sin expresión“, entre otras.



El mayor reto artístico estaba en la pintura del color de la piel, después de utilizar pintura de aceite, acabó por decidirse por utilizar un esmalte duro que se podía lavar, además de tener un acabado mate tipo carne, un trabajo que solía realizar mientras el hombre la llevaba puesta, a fin de satisfacer lo más posible su propia coloración.



Hoy en día, las únicas imágenes de estos hombres en sus máscaras vienen de blanco y negro, con su falta de perdón de color y movimiento. Esto hace que sea imposible juzgar el cierto efecto que pudiera producir los tonos de la piel en diferentes días de luz. Casi mejor no saberlo y quizás pensar el bien psicológico que le produjo en su momento.


Mucha más información y fotos en Smithsonian aquí y aquí, también en America miniatures y en el Portavoz


Vídeo con música de fondo de Igorr Moelleux que quizás le dá un toque tétrico, pero muy interesante la filmación en 1918, no te lo pierdas… Los hombres con los rostros rotos






Extraído de: A

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