La locura de Nietzsche a través de la mirada de su madre



Friedrich Nietzsche
es probablemente uno de los intelectuales alrededor de los cuales se han tejido más historias y mitos que lo contruyen y deconstruyen como uno de los pilares fundamentales de la filosofía del siglo pasado, si, pero también como una suerte de monstruo que anunció la muerte de Dios y que justificó la emergencia de los absolutismos políticos y, en especial, del nazismo.

Pero de lo que se trata hoy no es de entrar en honduras en torno a su obra, sino del rescate de los textos epistolares a través de los cuales la madre de Nietzsche dió cuenta de la evolución de la locura de su hijo durante los años en que lo estuvo cuidando. Franziska Nietzsche, nacida Oehler, cuidó a su hijo desde 1889 una año después de que éste sufrió una crisis nerviosa en Turín. Él no se recuperaría, pero su madre se encargaría de cuidarlo, al menos hasta la fecha de su muerte en 1897.


MADRE E HIJO. "Le pregunto por Epicuro, Aristóteles, ´cuéntame quién fue´ (...) Y me cuenta cosas durante una hora (...), de tal manera que siempre lamento el que no lo escuche ninguna persona culta y erudita que pudiera replicarle de manera análoga", les revelaba Franziska a un matrimonio amigo.


Las 60 cartas, inéditas hasta los momentos en español, fueron publicadas por la editorial Siete Mares y reflejan, según la mayoría de las referencias críticas, el amor y entrega de una madre por su hijo-genio, a quien llegó a llamar “mi melancólica alegría”, frase que le da título al libro. Son epístolas escritas al matrimonio de Franz Overbeck y su esposa, Ida. El primero, habia conducido a Nietzsche hasta Basilea (Suiza) en 1889 hasta donde se encontraba Franziska. En las cartas podemos encontrar un registro bastante desgarrador del deterioro del filósofo a quien se le diagnosticó parálisis cerebral progresiva, así como de la vida que sobrellevaban entre grandes penurias económicas.

Ella le leía y buscaba conversación con él acerca de los temas que le interesaban, en un intento bastante fútil por mantenerlo activo:

En las horas del crepúsculo, cuando la oscuridad suele ser tanta que ni siquiera nos vemos, realizo una especie de ejercicio de memoria. Por ejemplo, le pregunto por Epicuro, Aristóteles, ‘cuénteme quién fue (...)’. Y me cuenta cosas durante una hora (...), de tal manera que siempre lamento que no lo escuche ninguna persona culta y erudita que pudiera replicarle de manera análoga

En otro momento, ella comenta acerca del temor que le da leer ‘Así habló Zarathustra’, por miedo a no reconocer al hombre a quien dio la vida. Escribe en 1891:

Me afecta mucho, en la medida en que los cimientos de nuestras creencias se tambalean, y al final, incluso, podría resentirse el amor que siento hacia un caballero tan querido y un hijo tan amado

Es el mismo tema del que ya hemos hablado tangencialmente, y que alude a la relación entre la vida y la obra de un intelectual, y cuyo interés se potencia cuando se trata de una relación parental (recuerdo, por ejemplo, el miedo que tuvo Pamuk de que su padre fuera mejor escritor que él). Las cartas, en este sentido, y sobre todo el tipo de cartas en las que se basa esta edición, los muestran en toda su desnudez, siempre a través de la mirada del otro, pero desnudo.

Hay un elemento que dará gusto a la comidilla biográfica de Fritz y es todo aquello que tiene que ver con la lucha de la hermana de Nietzsche por adueñarse del legado intelectual de su famoso hermano. Ella, Elizabeth, mostró al filósofo en público cuando ya no era capaz de reconoder a nadie y permitió y motivó que se relacionara su obra con el horror de los nazis.

Chismes aparte, las cartas siempre ejercen una fascinación muy especial y estas mucho más por ser documentos que registran la cotidianidad del momento y de esta pareja tan particular. No sé si a cualquiera de los dos les habría gustado que estos documentos salieran a la luz. Nosotros lo agradecemos.


"No le dejo tocar a Wagner"

En una visita al sanatorio, le cuentan a Franziska la vida cotidiana de su hijo: "El profesor Nietzsche lee y acostumbra a tumbarse en el sofá del salón. (...) El jefe de los enfermeros-vigilantes hace algo muy íntimo con él, lo coge por la barbilla, lo acaricia, le atusa el bigote cuando se arregla para salir y le da palmadas en la espalda" (10/ II/ 1890) Un día, ya en Naumburgo, Nietzsche se escapa y está desaparecido durante dos horas. Al final, un policía lo trae de vuelta a casa: "Había querido bañarse en una charca que había al lado del baño de caballeros, y en efecto se había paseado desnudo durante un buen rato" (28/ V/ 1890) ]"Ya se ha levantado de su siestecita mi viejo y querido Fritz, y ahora oigo que está tocando Los maestros cantores.

Esto significa dejar de escribir e ir al mirador y leer, porque en ningún caso le dejo tocar las composiciones de Wagner (...) En las horas del crepúsculo, cuando la oscuridad suele ser tanta que ni siquiera nos vemos, realizo una especie de ejercicio de memoria. Por ejemplo, le pregunto por Epicuro, Aristóteles, 'cuéntame quién fue' (...) Y me cuenta cosas durante una hora (...), de tal manera que siempre lamento el que no lo escuche ninguna persona culta y erudita que pudiera replicarle de manera análoga" (5/ X/ 1890) Afrontar la lectura del Zaratustra le da miedo: "Me afecta mucho, en la medida en que los cimientos de nuestras creencias se tambalean, y al final, incluso, podría resentirse el amor que siento hacia un caballero tan querido y un hijo tan amado" (15/ IV/ 1891) ]"Hay días en los que está completamente callado, sólo hojea los libros, de cada página coge dos o tres palabras y entonces se contempla las manos largo tiempo con la sensación de que no fueran en absoluto las suyas, y (...) se las mete después en los bolsillos de los pantalones. (...) En estos casos, le pongo las manos en la mesa; si se resiste, obstinado, se las acaricio e intento hacerle entender cuál es su mano derecha y cuál su izquierda" (30/ XII/ 1891) ]"Alabado sea Dios sólo por haberme permitido hasta ahora prodigar los cuidados a mi hijo (...) Él sigue siendo mi melancólica alegría" (2/ VII/ 1896)


¿Qué le hubiera pasado en el diván?

Un día de 1882, el médico Josef Breuer recibe una inquietante nota: "Doctor: quisiera verlo por un asunto muy urgente. El futuro de la filosofía alemana está en juego. Lou Salomé". Así empieza El día que Nietzsche lloró, novela del estadounidense Irvin D. Yalom (1931) que arrasa en Argentina y que supone un buen contrapunto a las cartas de Franziska, ya que especula sobre qué hubiera sucedido de someterse Nietzsche a terapia. Yalom ha publicado, hace tiempo, Un año con Schopenhauer.




Extraído de: A

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