De cuando los gobiernos comerciaban con drogas






Las imágenes que puedes ver a continuación fueron publicadas en el número correspondiente al mes de julio de 1882 de la revista Scientific American, y en ellas se muestra algo que entonces era normal y, además, legal: escenas cotidianas del que fue el principal centro de recepción, producción y distribución de opio de la India imperial británica.





La imagen superior muestra la Sala de Examen, donde lo único que se hacía era comprobar de forma muy superficial la calidad de la savia de la adormidera llevada hasta allí en vasijas de barro. Posteriormente, una muestra de cada vasija sería analizada de manera más detallada en la Sala de análisis químico.


En la Sala de mezcla, el contenido de las vasijas de barro se vertía en piletas, transformándose en un pasta de consistencia homogénea tras ser manipulado con una especie de rastrillos.




La siguiente etapa se daba en la Sala de redondeado, en la que a la anterior pasta se le daba forma de esfera. Cada trabajador disponía de una mesa, un taburete y una copa de bronce con la que daba forma de pelota a una determinada cantidad de opio que finalmente era envuelta en pétalos de amapola.





Posteriormente, las bolas eran llevadas a la Sala de secado, donde eran colocadas en tazas de barro individuales. La siguiente imagen muestra a varios hombres examinando las bolas y pinchándolas con un estilete para dejar escapar los gases que pudieran producirse durante el proceso.





A continuación las bolas eran llevadas a la Sala de apilado, donde un incontable número de niños las apilaban, giraban periódicamente y mantenían limpias de insectos. Por último, las bolas se embalaban en cajas de cartón y se cargaban en barcos con destino final China.





Las razones que esgrimía el gobierno británico para monopolizar el comercio del opio eran simples: la primera y principal era que se perderían los abundantísimos ingresos obtenidos -hay que tener en cuenta que en esta fábrica de la Compañía de las Indias Orientales llegaban a producirse cerca de seis toneladas al año-; la segunda es que los cultivos, y por tanto la riqueza, terminarían en manos privadas, y la tercera es que la fortísima demanda de los adictos chinos podría ser satisfecha por cultivadores persas y los propios nativos. En fin, que para que te lo lleves tú, me lo llevo yo, nada nuevo bajo el sol.

Referencias: 1, 2, 3.






Extraído de: A

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