El estigma del 41




El número trece causa terror entre las personas por ser de mala suerte, no se diga el 666 que es el número de Satanás… pero díganle a un hombre mexicano: “cuarenta y uno” y se indignará y le huirá más que con ningún otro.

Al mexicano le causa tal conflicto dicho número que no existe ni en divisiones del ejército, ni en batallones, ni en la policía; no se da a elegir incluso en equipos deportivos; rara vez se encuentra una habitación de hotel o en placas de los carros; y ni que decir de la edad, los hombres pasan de tener cuarenta años, a tener cuarenta y dos automáticamente. Y aquellos que sepan que el hombre en cuestión tiene cuarenta y uno, es motivo de burlas pues dicen que en cualquier momento puede cambiar su inclinación sexual. En fin, parece ser que entre más macho, más miedo al número. Pero esta particularidad de la aritmofobia se remonta a 1901. 


El 20 de noviembre de aquel año, se llevó a cabo una gran fiesta, en una ostentosa casa de la calle Ezequiel Montes (en aquel entonces La Paz) cerca del centro histórico de la ciudad de México. Se encontraban disfrutando de la noche cuarenta y dos hombres; bebían, bailaban y todo transcurría como una fiesta normal de la época… bueno, a excepción de que la mitad de aquellos hombres, estaban disfrazados de mujer de pies a cabeza: tacones, vestidos elegantes, collares, senos falsos, aretes, maquillaje y pelucas. 


Tantas mujeres bellas en la ciudad y en aquel lugar sólo entraban hombres. Fue así que los policías encargados de vigilar la zona comenzaron a sospechar y llegaron a la conclusión de que algo extraño estaba pasando. Éstos informaron a sus superiores y emprendieron una redada -o como Monsiváis la nombró “Primer redada homófoba del siglo XX”- . 





Esta historia y las secuelas que hasta hoy existen, no pudieron haber cuajado sin la presencia de un personaje (hasta aquí, el relato se convierte en un “rumor nunca desmentido”): Ignacio de la Torre y Mier, hijo de un rico hacendado del estado de México, que tampoco hubiera trascendido si no hubiera estado casado con Amada Díaz, hija del presidente en turno, Porfirio Díaz. 

Se dice que durante la redada, Ignacio escapó por la azotea; se dice también que fue arrestado junto con sus otros 41 compañeros, pero por órdenes del señor presidente de la república fue puesto en libertad y su nombre fue borrado de cualquier registro que se hubiera hecho. 


Díaz se entrevistó con de la Torre y nadie supo de qué hablaron. Lo que es cierto es que después del incidente, Díaz le retiró a su yerno cualquier apoyo para la candidatura del estado de México. Los otros 41 fueron encarcelados en la crujía “J” (destinada a personas que cometían actos homosexuales, de ahí que actualmente se les diga de un modo peyorativo “jotos”.) para después ser trasladados a Yucatán a hacer trabajos forzados. La lista de los nombres nunca se dio a conocer. 


El chisme corrió y fue el tema del momento, el número 41 ya se había asociado directamente con la homosexualidad y fue utilizado con el tradicional sarcasmo y burla mexicana para el periodismo, el teatro, la pintura y la música. 


En Hoja Suelta, José Guadalupe Posada publicó muchos grabados alusivos al suceso, la primera entrega titulada “Los 41 maricones encontrados en un baile de la calle de La Paz el 20 de noviembre de 1901”. Aunque el título no deja nada a la imaginación, lo interesante son también los versos: 


"Disfrazados la mitad/ de simpáticas muchachas,/la otra mitad con su traje./ Es decir de masculinos/aquí están los maricones, muy chulos y coquetones./Hace aún muy pocos días/ que en la calle de la Paz/ los gendarmes atisbaron,/ un gran baile singular./Cuarenta y un lagartijos/ disfrazados la mitad/ de simpáticas muchachas/ bailaban como el que más./La otra mitad con su traje,/es decir de masculinos,/gozaban al estrechar/ a los famosos jotitos./ Vestidos de raso y seda/al último figurín/ con pelucas bien peinadas/ y moviéndose con chic.” 




Y continúa este estigma que persigue a los mexicanos desde hace más de cien años mediante libros, obras de teatro, pinturas, canciones, programas de televisión, como en 1973, El Chavo del 8, en el capítulo “Posada de la Vecindad”, Don Ramón le dice a Quico y al Chavo la frase “sin piñata no hay posada”. Quico, cansado, le responde: “ya van como cuarenta veces que nos dice lo mismo” y Don Ramón repite su frase dándoles la espalda, a lo que el Chavo le grita ¡Cuarenta y uno! Este sólo voltea preguntando “¿qué?” -entre ofendido y sorprendido-.


Extraído de: A

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